Por Déborah Buiza
Hemos aprendido a persistir, insistir y resistir, a dar lo mejor hasta el final para no quedarnos con la espinita de que “fue por nosotros” que algo falló y no funcionó, e incluso cuando alguna relación nos hace daño podemos darle no sólo una oportunidad, sino una segunda, tercera y, tal vez, hasta séptima oportunidad, porque “por nosotros no va a quedar” o “tal vez sólo sea cosa de echarle ganas”.
La permanencia en una relación que nos lastima, en ocasiones tiene que ver con una falta de amor propio; en otras, con ingenuidad, falta de malicia, desconocimiento o como resultado de un aprendizaje en el que el maltrato es la constante y lo “normal”, lo que eleva la tolerancia a situaciones que de otro modo no se aceptarían; cada caso es diferente. Sin embargo, las banderas rojas que indican que algo no va bien aparecen, y más valdría tomar aire y atenderlas.
Pero no siempre es tan sencillo como parece. Alejarse y tratar de ponerse a salvo puede convertirse en una batalla interna para la cual es probable no se tengan las herramientas o la fuerza para salir triunfantes; desde fuera, y sin estar involucrados, incluso desde la propia experiencia, parecería fácil agarrar valor e irse, por lo cual se emiten opiniones que -lejos de apoyar o empatizar con la persona que está en mal momento- la revictimizan al responsabilizarla del abuso o maltrato que vive.
Y es que irse de los lugares y de las personas que nos dañan no es sencillo; es necesario darse cuenta de lo que sucede y, en muchas ocasiones, la vivencia está distorsionada malintencionadamente y entonces se siente como que algo malo sucede, pero al mismo tiempo parece que no es así o que, al menos, no es tan malo como para huir. Ante la duda, se permanece de donde es necesario huir.
Se rompe un poco el corazón cuando te das cuenta que necesitas alejarte de las personas que amas, pero cuyas actitudes o palabras te lastiman. Si lo quiero tanto ¿por qué es así conmigo? Si somos amigos / pareja/ familia ¿por qué se comporta de esa manera?
Podemos llegar a pensar que nuestro afecto puede mejorar las cosas o convencer a la otra persona de tratarnos mejor, pero hay casos en que no es así, por lo que necesitamos estar atentos.
Hay ocasiones en que no se trata de un mal entendido, de una comunicación fallida, de un mal momento entre dos personas que no supieron comprenderse o que no encontraron como relacionarse de manera sana; hay ocasiones en que por más esfuerzos que se hagan, la relación no marcha, no funciona, no aporta y, por el contrario, desgasta, drena, intoxica. Entonces, lo mejor es salir corriendo. Como dice el dicho: “mejor que digan aquí corrió que aquí quedó”.
Pero que no se entienda que llamo a la irresponsabilidad afectiva, sino a que te des cuenta de que si la relación no puede ser recíproca, sana ni empática, encuentres el camino que te permita ponerte a salvo física, mental, emocional y espiritualmente.
Sé que suena dramático, pero hay que decirlo. Existen relaciones en las que se siente que algo checa pero no cuadra, y uno duda porque la intuición dice que algo pasa, pero estamos tan acostumbrados a racionalizar o a esforzarnos, que no nos damos cuenta que no sólo no da para más, sino que no tiene buen principio, desarrollo ni final, y hay que dejarlas marchar, sin esperar una explicación, un “buen cierre”, una oportunidad de cambio.
Soltar lo que nos hace daño puede ser intensamente doloroso, sobre todo cuando abundan las interrogantes del “qué hubiera pasado si” o del “por qué las cosas han sido así”, o cargamos con la culpa de lo sucedido pero, como película de terror, más valdría correr e investigar después qué sucedió.
Cuida de ti, ponte a salvo, y si no sabes cómo o sientes que no puedes, ¡por favor, pide ayuda!