Claudia González Guillén
“La legítima china de castor con lentejuela, rebozo ametalado, zapato de seda con mancuerna de oro y por abajo blanquísimos como la nieve (…) ¡Ay! La china, en fin, esa linda hija de la Puebla, de bondadosa índole y corazón excelente ¡Dentro de pocos años será un tipo que pertenecerá a la historia!” José María Rivera, enero de 1855.
El Museo Regional Casa de Alfeñique o simplemente Casa de Alfeñique, entre sus principales características está su arquitectura barroca novohispana, su ornamentación tipo árabe, adornos estilo churrigueresco. Además de su hermosa y “dulce” fachada (diría yo), también se considera el primer museo de la ciudad. Además, esta majestuosa casa del siglo XVII encierra una historia de amor.
Es uno de los inmuebles más importantes de la ciudad de Puebla capital; data de 1537 cuando el cabildo otorga el terreno a Gonzalo Rodríguez Cano; la dimensión del inmueble era mucho mayor al actual, contaba con dos pisos y una construcción muy sencilla, en la esquina de la calle Chito Cohetero (ahora 6 norte) y la calle Raboso (actual 4 oriente).
Cambia de propietario a finales del siglo XVI y fue reduciendo su tamaño con el paso del tiempo. La casa llega a manos de Joseph Gerónimo de Casanova. A su muerte, su hija, Antonia Josefa Casanova y Díaz decide rematarla debido a problemas económicos. En 1778, el inmueble es comprado por don Juan Ignacio Morales, abuelo del pintor poblano Francisco Morales Van den Eyden.
A principios del siglo XVII iba caminando don Juan Ignacio, de profesión maestro herrero, cuando se encontró a doña María Ignacia. Nunca la había visto, pero fue amor inmenso a primera vista. Por supuesto que no iba a dejar ir a su gran amor; después de un tiempo se animó a pedirle matrimonio. Doña María puso a prueba ese gran amor que le profesaban y dijo que sí aceptaría, siempre y cuando le construyera una “casa de dulce”.
Debido a ese gran amor, a sus habilidades y a la encomienda a Antonio de Santa María Incháurregui, quien usó argamasa, petatillo y mayólica, don Juan cumplió su promesa a doña María en 1790, regalándole una hermosa casa de alfeñique, que era un caramelo español muy famoso en la época. Se cuenta que la inversión ese tiempo en la remodelación fue de 14 mil 900 pesos de oro de la época. La casa de inmediato se volvió un lugar icónico en la capital poblana. El matrimonio y sus descendientes habitaron la casa por 84 años.
Después pasó varios dueños hasta que, en 1890, don Alejandro Ruíz Olavarrieta la entregó para formar parte del Monte de Piedad Vidal Ruíz. En 1896 fue donada a la Beneficencia
Pública del estado y posteriormente adquirida por el gobierno del estado de Puebla para instalar el primer museo de la ciudad.
La Casa de Alfeñique por su fachada ricamente decorada con argamasa que se asemeja al dulce de alfeñique, es la oportunidad perfecta para conocer la historia de la ciudad y la vida cotidiana de la Puebla virreinal.
Por iniciativa del gobernador Claudio N. Tirado, el 5 de mayo de 1926 se inaugura el Museo Regional de Puebla, abriendo sus puertas el 16 de septiembre del mismo año.
El 5 de julio de 2016 se inicia una remodelación con un costo total de 15.3 millones de pesos; fue muy criticada por el presupuesto, pero también porque reemplazaron una sala de exhibición por una cafetería, la reubicación del Códice Quauhquechollan y la desaparición de la pinacoteca.
Colección
El Museo Regional cuenta con mil 598 piezas, distribuidas en 19 salas de exhibición. Sobresalen las obras pictóricas, escultóricas y textiles. Están distribuidas de la siguiente manera:
Inmediatamente a la entrada me encuentro con la Historia de la Casa del Alfeñique y por supuesto, lo que significa el dulce de Alfeñique. Data de la Nueva España (heredado de culturas árabes) que se unieron a las costumbres indígenas, representadas en las calaveras y la influencia española en borregos, coronas, ofrendas miniaturas, etc. Originalmente se realizaban con azúcar de caña, clara de huevo y almendras. Actualmente se elaboran de azúcar glass, clara de huevo, limón y chautle.
En otra sala están los orígenes de la china poblana símbolo nacional: traje colorido, peinado con trenzas y listón, joyas y blusa bordada. Se relaciona la creación de este hermoso traje con una mujer de origen asiático que vivió en la ciudad de los Ángeles en el siglo XVII, con fama de santidad, de nombre Catharina de San Juan. A partir de 1921 sería ícono de mexicanidad.
Recordemos que Puebla se ubica en la mesa central de México. Por su posición geográfica se convirtió en la segunda ciudad más grande del país hasta la Revolución Mexicana y hoy en día la cuarta urbe más grande e industrializada del país.
En este recorrido no faltan las imágenes del ferrocarril, sinónimo de bonanza de la época. La inauguración en Puebla fue en 1872, encabezada por el presidente Benito Juárez. En uno de los rincones de la casa impresionan dos carruajes de la época, que llegó en los años 1864 a 1867 a Puebla.
También encontramos una sala dedicada al origen y fundación de la ciudad, que después se le nombraría como “La Puebla de los Ángeles”. Lucen las fotografías, las muestras y los trajes que se usaban en aquel entonces. No falta el proceso de evolución en el estado que contempla producción y consumo, industria textil y alfarería.
En el segundo piso del majestuoso edificio se representa una casa habitación de la época, entre los siglos XVIII y XIX, con el estilo renacentista y chippendale de origen francés; Está también la cocina con sus utensilios, trastos y hasta fogones como se usaban en aquel entonces; una recámara que incluye accesorios de limpieza e higiene, una sala de estar,
un despacho, un antecomedor, comedor. Los dueños de aquel tiempo decidieron instalar una sacristía y una capilla – de una belleza y arquitectura muy especiales — para que no tuvieran que salir a la iglesia.
La casa toda sigue siendo una prueba de amor aún viviente de don Juan Ignacio Morales para su esposa doña María Ignacia, pero también se siente mucha magia, distinción y misticismo. Sin dudarlo puedo decir que es mi museo favorito por todo lo que pude sentir y percibir en el recorrido (muy poco concurrido, desafortunadamente).
Salí de esta casa/museo con una dulce paz increíble.