Conocí brevemente en persona a Mario Delgado Carrillo cuando fue secretario de Educación del Gobierno del Distrito Federal, en una reunión en la Administración Federal de Servicios Educativos de la Secretaría de Educación Pública cuando acababa de ser nombrado el 1 de agosto de 2010. Saludó a todos los asistentes de mano, se sentó unos minutos y se retiró. Me pareció apocado, no muy bien vestido, aunque con saco y corbata, cabello lacio con aspecto de mal peinado; parecía estar pensando en otras cosas porque oía, pero no escuchaba o no entendía.
Delgado Carrillo duró menos de dos años en la Secretaría de Educación del Distrito Federal, pasó sin pena ni gloria por ahí porque después fue senador de la república en 2012. Él siempre fue impulsado por Marcelo Ebrard cuando éste estuvo en el Gobierno del Distrito Federal y ahora parece ser que rompieron definitivamente al no aceptar los resultados de la “encuesta” y se rebeló contra su viejo protegido, ahora presidente del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).
La actitud pública de Ebrard contra su antiguo colaborador es desconcertante porque él, como experimentado político que ha caminado por distintos cargos desde hace varios años, sabe que las decisiones en el partido no las toma Mario Delgado, ni Alfonso Durazo, ni Claudia Sheinbaum con todo y su flamante “bastón de mando”. El único elector, dirigente y jefe de campaña de Morena se llama Andrés Manuel López Obrador.
En Morena nadie toma decisiones más que López Obrador. Él ordenó que las campañas se adelantaran un año, quiénes debían ser los candidatos (incluyó a Ricardo Monreal porque este prácticamente se arrodilló a ofrecerle disculpas por haber cometido el pecado de querer pensar por sí mismo), cuánto tiempo debían recorrer el país, qué debían decir en cada discurso, los temas de las reuniones, el método de las encuestas, quién debía ganar y eligió el simbolismo de un “bastón de mando” para que su elegida fuera la responsable de darle seguimiento a las directrices de la Cuarta Transformación.
Es cierto que la grilla está abajo y dura, muchos golpes debajo de la mesa, porque todos quieren ser y aparecer como los mejores defensores de los preceptos del líder, pero ante él son unos corderitos, todos aceptan sin chistar sus órdenes e instrucciones. Nadie puede disentir porque entonces caen en la hoguera del desprecio y el abandono como le sucedió a Tatiana Clouthier, Arturo Herrera Gutiérrez, a Ricardo Mejía Berdejo y César Yañez.
López Obrador debe estar muy preocupado porque detrás de él no se ve quién pueda sustituirlo como líder de su movimiento. Sabemos que el presidente tiene un carisma único, es un genio para la comunicación política, nadie más podría sostener durante años una conferencia de prensa diaria y marcar la agenda de los medios en cada ocasión, pronunciar frases que se quedan en el colectivo, aunque sean para polarizar a la sociedad (como “fifís”, “chairos”, “conservadores”, “clasismo”), pero cuando él tenga que retirarse por las razones que sean, Morena se va a quedar huérfana o va a desaparecer.
Puede ser que Claudia Sheinbaum asuma el liderazgo como candidata de Morena, pero está muy lejos del carisma de su jefe; a lo mejor tendrá el poder, pero nunca el arrastre del hombre de Macuspana ¿Quién más podría sustituir al tabasqueño? No se ve. Por eso están muy alejados de la realidad aquellos que piensan que López Obrador se va a retirar a su rancho cuando termine su sexenio. Él va a seguir mandando en Morena y seguramente también en el gobierno si gana su partido.
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