Por Déborah Buiza
Es común la creencia respecto a las palabras como fuente de poder: una fuerza capaz de crear o destruir, de lastimar o curar y, sin embargo, es poco frecuente lo que nos detenemos antes de expresarlas.
¿Cuántas veces hemos soltado una maldición, una palabra altisonante, brusca, ruda o hiriente y nos basta con decir “es que así soy yo” o nos contentamos con el cuento de “no es problema mío lo que el otro interprete”? ¿Y si fuera cierto que las palabras fueran un bumerang que regresan a nosotros, inclusive con mayor fuerza? Tal vez cuidaríamos más lo que sale de nuestra boca, sin importar quién fuera nuestro receptor.
Hay quien se excusa en demasiada sinceridad o brutal honestidad para descargar palabras sin empatía, con rudeza innecesaria; sin embargo, detrás de esos “sin filtros” hay bastante desconsideración y crueldad. Se dice que lo que sale de nuestra boca habla de lo que habita en nuestro corazón; si esto fuera cierto ¿qué hay en tu corazón y en tu mente?
Las palabras pueden allanar un camino o empantanar una relación, la manera en que nos relacionamos con los demás a través de cómo nos expresamos y las palabras que elegimos para referirnos a ellos tienen un impacto, un efecto, un resultado, que tarde o temprano se revelará, aunque ya ni nos acordemos sobre lo que dijimos.
¿El otro te importa? Cuida tus palabras siempre, aún en los malos momentos… principalmente en ellos, que no quede en ti.
Y no es el caso decir, casi en modo berrinche, “pues ahora ya no digo nada” o “¡huy!, ya no se les puede decir nada porque todo les ofende”. Es, simplemente, buscar mejores modos de decir las cosas, formas que nutran la relación, la fortalezcan y hagan sentir al otro que es visto, comprendido, atendido, cuidado y respetado. Es buscar que en lo dicho no quepa la crítica, el prejuicio y el señalamiento.
Tampoco es quedarse callado por el miedo de “lastimar” al otro; hay tantas palabras en nuestro idioma que pueden externar lo que necesitamos, sin atentar contra la otra persona. Sólo hay que buscarlas.
Porque uno ama a las personas hay que cuidar las palabras; de igual forma porque uno no las quiere, pero tiene una relación cercana y permanente con ellas. Honrar nuestra persona y al otro a través de lo que decimos, siempre será un noble ejercicio que prospere las relaciones y los proyectos.
Sospecho que el dicho de que “a las palabras se las lleva el viento” se refería a la importancia de poner por escrito aquello que se decía: cosas de suma importancia que ameritaban constar en papel para que no hubiera duda, para que existiera un testigo de lo prometido o de lo pactado.
Sin embargo, no a todas las palabras se las lleva el viento. Aquellas que causan una profunda impresión en el corazón, en la mente o en el alma del receptor, quedan grabadas para siempre. Y tú ¿con qué imprimes las palabras que salen de tu boca y de tu corazón?
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