Miguel Tirado Rasso
Como institución política (PRI),
habría que reconocerle méritos, pero
sus personajes en el poder, lograron opacar
lo positivo alcanzado a través de su larga
historia en el gobierno que, para efectos prácticos,
quedó borrada.
Si Alejandro Moreno, Alito, le hubiera echado tantas ganas a las campañas de los candidatos de su partido en los pasados procesos electorales del presente sexenio, como lo hace ahora, en apoyo a Beatriz Paredes, propuesta del PRI para la candidatura presidencial, en el proceso del Frente Amplio por México, quizá hubiera entregado mejores cuentas a los militantes y simpatizantes de su partido.
El récord electoral del dirigente priista, no es para presumir. Durante su gestión, el PRI perdió 11 gubernaturas que gobernaba, tras el tsunami morenista de 2018. Y, de los 25 procesos electorales para gobernador, celebrados a partir de 2019, (incluyendo la elección extraordinaria de Puebla), la otrora aplanadora priista solo ganó dos, en Durango y en Coahuila.
En la Cámara de Senadores, su bancada quedó relegada, actualmente, a un cuarto lugar entre las fuerzas políticas, con 9 escaños, por debajo de Movimiento Ciudadano. Y, en la Cámara de Diputados, ocupa el tercer lugar como grupo parlamentario con 60 legisladores. Números inimaginables para un partido que gobernó el país durante 77 años.
El tricolor sigue en caída libre. El desprestigio y la mala fama, lo persiguen. Sus antecedentes en el gobierno, particularmente en su última oportunidad, durante la presidencia de Enrique Peña Nieto, le dieron la puntilla. Como institución política, habría que reconocerle méritos, pero sus personajes en el poder, lograron opacar lo positivo alcanzado a través de su larga historia en el gobierno que, para efectos prácticos, quedó borrada.
Errores y malos funcionarios, han sido una combinación letal para el tricolor. No hay encuestas en las que salga bien librado. Y cuando la pregunta al encuestado es por cuál partido nunca votaría, el tricolor se lleva las palmas. En su cruda realidad, a este partido no le queda de otra que buscar alianzas para sobrevivir. Está claro que sus tiempos de lucha por el poder, de manera independiente, han quedado en el pasado.
Con una dirigencia que no ha podido o querido promover la unidad interna; que no proyecta confianza; que pareciera más preocupada por su proyecto personal, que por el futuro de la institución; que no ha procurado promover una buena imagen de la institución y que ha dejado a un lado las campañas de afiliación, el PRI navega sin rumbo.
En ese contexto, resulta que Alito Moreno se ha puesto las pilas y ahora parece dispuesto a dar la batalla para que su correligionaria Beatriz Paredes gane la representación para la construcción del Frente Amplio por México. O lo que es lo mismo, la candidatura presidencial por parte de la oposición, para lo cual deberá vencer a la senadora Xóchitl Gálvez, que apoya el PAN. Una pretensión válida, contemplada en el proceso acordado por la alianza opositora en la lucha por el poder contra Morena, pero que el pragmatismo de este proceso y la circunstancia política en que se da, no lo recomendarían, si se aspira a un final feliz.
El detalle está en que, hasta antes del surgimiento de la hidalguense como aspirante a la candidatura presidencial, el panorama para el triunfo de Morena en la carrera presidencial se veía despejado. El control, tiempos, formas y la narrativa sobre el proceso sucesorio, se llevaba desde Palacio Nacional, a placer. Pero el fenómeno Xóchitl vino a equilibrar un poco la balanza en las preferencias ciudadanas respecto de los participantes en esta carrera y se volvió una aspirante incómoda para Morena, en particular para el gran elector. Algo vio y le preocupó, por lo que emprendió una campaña de descalificaciones, desde el púlpito de Palacio, con ánimo de descarrilarla.
El proceso de elección del Frente, marcha de acuerdo a lo previsto. Ahora son ya, solo dos competidoras. La senadora Beatriz Paredes, arropada por el PRI, que, si bien, a nivel nacional, al partido no le alcanzan sus cartuchos, dejó de ser competitivo, para una elección acotada como la de este proceso, cuenta con estructura que, aunque limitada, tiene mayor cobertura que la del PAN, y una capacidad de movilización, que funciona. El aparato del partido demostró eficiencia en la recopilación de firmas para el registro de la senadora Paredes. Es de suponer que, en la elección interna, el voto duro priista puede ser decisivo.
Xóchitl, como candidata ciudadana, apoyada por el PAN, depende del esfuerzo que haga la dirigencia de este partido para sacarla adelante, pero se ve vulnerable en la fase de la elección interna, pues hasta antes de que Santiago Creel declinara en favor de la senadora, Acción Nacional veía con mejores ojos a su correligionario que a la senadora, y poco fue el apoyo que le dieron para reunir firmas.
Independientemente de las cualidades, experiencia, trayectoria, consistencia y cargos públicos de la senadora Paredes, su militancia priista pesa en su contra y difícilmente la apoyaría el voto de ciudadanos apartidistas o el de los jóvenes que sólo han oído malas opiniones de ese partido y poco o nada sabe de la senadora. Y qué decir del voto del panismo tradicional, que tampoco estaría muy dispuesto a dárselo a la tricolor.
El dilema está entre los priistas del voto duro que tendrán que decidir entre apoyar a su candidata, ex dirigente y distinguida militante, para que gane la candidatura del Frente, aunque de antemano se pueda pronosticar su derrota frente a quien represente a Morena. O decidirse por el voto útil y apoyar a la senadora hidalguense, cuyo triunfo no se puede asegurar, pero, por lo menos, parece más competitiva en la elección final.
Esto la sabe Alito y de él dependerá si, por quedar bien con alguien o salvar el pellejo, opta por sacar adelante a su candidata en un salto al vacío.
Agosto 24 de 2023