TEMAS CENTRALES Un proceso electoral sui generis
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TEMAS CENTRALES Un proceso electoral sui generis

Miguel Tirado Rasso mitirasso@yahoo.com.mx

El huésped de Palacio se encuentra  

en su clímax de poder, que mantendrá 

un buen rato, más allá de lo deseable. 

  

Habrá quién pudiera pensar, que el poder político del presidente AMLO comienza a decaer al encontrarse, ya, en su quinto año de gobierno y estar a 18 meses de entregar el poder. Que muchas de las decisiones políticas y de “gobierno”, que se han venido dando, con cierta urgencia y precipitadamente, se entenderían como parte de una estrategia para acomodar un escenario a modo para dejarle, a quien lo llegue a suceder, un gobierno llave en mano. Para que el sucesor encuentre la mesa puesta y tenga que atenerse, al menos, durante un tiempo, a la inercia cuatroteista. Lo que sea que esto signifique. 

 

Así parece que se actúa en Palacio Nacional, con una observación. El huésped de Palacio se encuentra en su clímax de poder, que mantendrá un buen rato, más allá de lo deseable. Aún después del destape de la corcholata que participará en la carrera presidencial, durante todo el período de la campaña y, quizás, hasta en los dos meses de transición. Esto, claro está, dependiendo del resultado de la elección, que, como se ven las cosas, hasta este momento, podría tener un final feliz para el candidato de la 4T.  

 

Y es que, el proceso electoral de 2024 pinta para ser muy diferente a los procesos que hemos vivido en este milenio y más parecido a los de la época de gloria del PRI arrollador de los 70, en los que la oposición no tenía un posicionamiento político nacional que le hiciera frente al candidato oficial. Pero, además, históricamente el candidato del PRI de esos tiempos, producto del dedazo presidencial, tenía cierto margen de actuación y, no pocas veces, sus declaraciones en campaña habrían incomodado al titular del Ejecutivo que, en algún caso, se dice, hasta pensó en la sustitución del candidato. 

 

Lo que se percibe para el próximo proceso sucesorio, de acuerdo a la mano dura del actual mandatario, es un control total sobre la corcholata destapada y el desarrollo de campaña. En tiempos pasados, también hubo intentos de intervenir en el diseño de campaña y, desde Los Pinos, con discreción, se enviaban mensajes que, si bien, se recibían, se les hacía poco caso. Los candidatos tenían, entonces, el apoyo y soporte de un poderosísimo partido institucional, que seguía las reglas no escritas de respeto a la autoridad del presidente en funciones, pero también a una celosa autonomía de campaña del candidato oficial. 

 

En la medida en que el tiempo avanzaba hacia la fecha de la elección presidencial, la actividad y presencia pública del inquilino de Los Pinos iba disminuyendo. Prácticamente, el Gobierno en general entraba en una fase de reposo. No se diga una vez resuelta la elección. Por esa, casi suspensión de actividad pública y, algunas otras razones, se consideró conveniente acortar el plazo entre la fecha de la elección federal y la toma de posesión del presidente electo.  

 

Pero en los procesos de la sucesión presidencial, hay de todo. Mientras la mayoría se encariña con el poder y pretendería ejercerlo más allá de lo que recomienda la práctica política, otros, más pronto que tarde, tiran la toalla, como si les urgiera que todo terminara ya. Tenemos el ejemplo de un Ejecutivo saliente que, tras el destape tardío de su candidato oficial, de plano dejó de estar. Prácticamente se retiró, dejando al mandatario electo libertad para tomar decisiones que, legalmente, todavía no le correspondían.  

 

En el caso que nos ocupa, tiempos y formas difieren de todo lo visto en el pasado. Los mandatarios todos, o casi, buscaban retrasar los tiempos del inicio del proceso de la sucesión presidencial, sabedores que, a partir de ese momento, su peso político comenzaba a disminuir. En esta ocasión, el banderazo de arranque lo dio el propio jefe del Ejecutivo, con mucha anticipación, cuando todavía no se llegaba ni a la mitad del sexenio. Además de ser él, quien señaló a los posibles candidatos, que etiquetó como corcholatas.  

 

Ahora no existe un partido político bien definido y conformado estructuralmente, sino un movimiento integrado por tribus con intereses particulares, que depende al ciento por ciento de la figura del presidente, lo que le garantiza absoluta lealtad y obediencia. Impensable que en algún momento sus dirigentes desoyeran las instrucciones del fundador de Morena y, es de suponer, que se manejarán al ritmo y modo que el presidente disponga.   

 

Los aspirantes a la candidatura presidencial saben que su futuro político está en manos de AMLO y que no importará el número de encuestas que se realicen para decidir al candidato sucesor, porque, curiosamente, serán coincidentes, el resultado de éstas, con lo que el destapador tenga planeado. 

 

No imaginamos al candidato de Morena en campaña, con un discurso crítico a la actual administración ni desatendiendo los mensajes, recomendaciones y, hasta instrucciones, provenientes de Palacio. Su único sustento político será el presidente. Al menos, durante un buen tiempo.  

 

Tampoco es pensable que el presidente en funciones se vaya retirando y disminuya su actividad política durante la campaña o después de la elección presidencial. Ya lo anunció, presentará iniciativas de reformas a la Constitución a un mes de que deje el cargo, cortesía que, seguramente, se la agradecerá su sucesor, el ya, para entonces, presidente electo.  

 

Y todo esto, si es que no hay otros datos con los que YSQ nos vaya a sorprender, en este sui generis proceso sucesorio. 

 

Mayo 4 de 2023