Por Deborah Buiza
Todos conocemos a alguien a quien es difícil regalarle algo, sea en su cumpleaños, en una fecha especial o con motivo de un momento significativo, tal parecería que nada es de su agrado e incluso utiliza aquella frase de “no te hubieras molestado”, siempre dice que no le gustan los regalos y es muy posible que sea de esas personas quienes sÍ buscan regalar y hacer sentir bien a los demás con sus demostraciones de afecto o atenciones, sin embargo se les mira incómodos cuando ellos son los que reciben.
Hay a quien le gusta dar pero simplemente no sabe recibir, y que conste que no estoy diciendo que nos tenga que gustar, aceptar y agradecer todo lo que nos regalan (hay cosas que de verdad no hay cómo) o que con esta reflexión promueva el consumismo o la trivialidad de dar regalos a diestra y siniestra, simplemente quiero poner sobre la mesa el ¿qué tan dispuestos estamos a recibir?
Cuando alguien te da un regalo (sobre todo aquellos inesperados) o tiene una atención contigo, ¿qué haces? ¿te sientes incómodo? o ¿te sientes comprometido o en deuda? Alguien te da un cumplido sincero o reconoce alguna aportación tuya y te sientes incómodo; o estás en una situación complicada y alguien te ofrece su apoyo o viendo que necesitas algo y esa persona te respalda y a ti te genera culpa, molestia o ansiedad.
Dicen que el regalo no es el objeto mismo sino las manos de quien lo regala, si eso fuera cierto ¿qué tan dispuestos estamos en recibir a los demás, en dejarnos nutrir y apapachar por los demás? ¿Por qué no aceptar y agradecer aquello y a quienes aportan a nuestra vida?
Y tú, ¿qué haces con los regalos que la vida te da? ¿Qué pasaría si respiramos profundo y dejamos ir la sensación de incomodidad, culpa o deuda que pueda generar el recibir y abrazamos alegremente la oportunidad de ser bendecidos y sólo decimos GRACIAS?
Estar abiertos a recibir puede ser la puerta para fortalecernos a través de la humildad y la gratitud.
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