Ninguna cultura moderna existiría sin entender su pasado
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Ninguna cultura moderna existiría sin entender su pasado

CULTURA IMPAR Por José Manuel Rueda Smithers

Nuestra casa, niebla de humo, ciudad mortaja, México Tenochtitlán ahora; enloquecido lugar de ruido ¿aún podemos elevar un canto?. Nos trajo aquí el dador de la vida aquí estuvo nuestra fama, nuestra gloria en la tierra.


Poema Tochan in Altepetlde Miguel León-Portilla

Hoy es un día muy importante en lo que se refiere a historia y cultura de cada una de las naciones del mundo. Siempre desde su propio punto de vista, en el entendido de lo que representan sus orígenes y su desarrollo hasta nuestro tiempo.

El 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de los Pueblos Indígenas; ese, el de la primera reunión que tuvo lugar en 1982, del grupo de trabajo de las Naciones Unidas sobre poblaciones indígenas acerca de la promoción y protección de sus Derechos Humanos.

Bien sabemos que los pueblos indígenas son poseedores de gran diversidad de culturas, tradiciones, idiomas y sistemas de conocimiento únicos. Tienen una relación especial con sus tierras y diversos conceptos de desarrollo basados en sus propias cosmovisiones y prioridades.

Dicen las redes sociales, todas generadas ya en esta historia que nos toca escribir -como generación actuante- que para los pueblos indígenas (y va textual algo encontrado en una búsqueda simple), esta fecha “permite recordar la importancia de preservar los derechos fundamentales de las comunidades originarias, entre ellos el derecho a la educación y a la identidad”.

Y para entender la gravedad de nuestro concepto sobre acercamiento a nuestras culturas pasadas, fue hasta finales de 1994 que la Asamblea General de la ONU acordó proclamar el 9 de agosto como el Día Internacional de los Pueblos Indígenas.

La propia ONU, en su página web, denuncia: “una marginación centenaria y un conjunto de distintas vulnerabilidades exponen a los pueblos indígenas a los efectos particularmente graves de la pandemia COVID-19”, texto con el que da pie a una composición fotográfica que bien vale la pena visitar desde la computadora.

Las estadísticas refieren que actualmente existen más de 476 millones de indígenas ubicados en diversos pueblos de 90 países por todo el mundo. Esto representa poco más del 6 por ciento de la población mundial.

Un informe de la Organización Internacional del Trabajo y del Navegador Indígena denuncia los incontables obstáculos para el desempeño de sus ocupaciones tradicionales y acceder a oportunidades de trabajo decente; y no hablemos de la educación y la protección social, una situación que se ve agravada por la pandemia de COVID-19. Por ello existen, sí, comunidades que buscan sus propias soluciones a la pandemia que ahora padecemos.

Aunque vemos pueblos indígenas autónomos en todo el mundo, muchos todavía se encuentran bajo la autoridad de gobiernos centrales que ejercen el control sobre sus tierras, territorios y recursos. A pesar de esa realidad, los pueblos indígenas han dado ejemplos extraordinarios de buen gobierno, desde los iroqueses (pueblos nativos americanos) hasta los parlamentos Sámi en Finlandia, Suecia y Noruega… Y así podríamos contar a muchos más en diversos países. 

Los territorios indígenas albergan el 80 por ciento de la biodiversidad del mundo y pueden enseñarnos mucho sobre cómo reequilibrar nuestra relación con la naturaleza y reducir el riesgo de futuras pandemias.

Para la conclusión a esta Cultura Impar, algunos datos estadísticos respecto de cómo, quienes nos desarrollamos en la vida urbana, supuestamente cómoda y moderna, dejamos pasar (porque no lo ignoramos, lo sabemos y poco hacemos):

Más del 86 por ciento de las personas indígenas de todo el mundo (o sea, casi 400 millones de personas), trabajan en la economía informal de sus países, en comparación con el 66 por ciento de sus homólogos no indígenas; esto es, la mayoría de nosotros.

La parte más seria, y creo la que nos genera más indiferencia por el sólo hecho de saberlo, es que esos casi 400 millones de indígenas tienen tres veces más probabilidades de vivir en condiciones de extrema pobreza que sus homólogos no indígenas.

El 47 por ciento de todas las personas indígenas que trabajan no tiene educación, frente al 17 por ciento de sus homólogos no indígenas. Esta brecha es aún mayor en el caso de las mujeres.

Así que es fácil pensar -aunque sea- en un primer comportamiento ante ellos en nuestras calles: DEJEMOS DE REGATEAR cuando pretendemos comprarles algo, para que al menos sobreviva una familia.

Así, exactamente, como no regateamos a las grandes tiendas cuando compramos en ellas